"EL
HOMBRE SÓLO ES VERDADERAMENTE HOMBRE CUANDO JUEGA"
FRIEDRIECH
VON SCHILLER
En los juegos de los niños como en las diversiones de
los adultos, la capacidad de jugar, de actuar gratuitamente sin buscar un
provecho inmediato, es un aspecto esencial del fenómeno humano. Biólogos y
etnólogos han mostrado que el juego –estrechamente ligado a los comportamientos
de exploración y curiosidad– constituye el
motor del aprendizaje y del descubrimiento en el hombre. Numerosos filósofos piensan, que la humanidad peca por exceso de pragmatismo y de seriedad, y que un retorno
hacia una vida más auténtica, más libre, más digna de ser vivida, presupone
necesariamente el juego.
Para poder subsistir en un determinado territorio, una
sociedad necesita grandes dosis de obstinación, de esfuerzos, de orden, de
formidable egoísmo; de seriedad, en definitiva. Pero estas cualidades no bastan para progresar.
No es la seriedad sino el juego, la curiosidad y la
exploración –factores de creación e invención– lo que sustentan los mitos, los
ritos de la vida en sociedad y la ciencia misma.
Algunos de los sabios más eminentes, han explicado
que, en pleno descubrimiento, eran presa de la misma excitación y el mismo
placer que siente un niño cuando juega. Pues bien, si la investigación
fundamental en la que esos hombres se distinguieron es la madre de la
tecnología moderna, preciso es admitir la idea, paradójica a primera vista, de
que el progreso, al igual que la cultura, tiene su origen en el juego.
Pero la escuela, cuya influencia es preponderante en
todas las sociedades, ¿se ha preocupado siempre suficientemente de preservar la
importancia del juego en la educación de los niños?
En nuestro pasado abundan juegos que hoy día se han
tornado misteriosos. Y en cuanto a nuestro futuro, depende de nuestra capacidad
de crear, no solamente técnicas, sino sociedades y culturas nuevas. Depende, en
resumen, de nuestra capacidad de seguir jugando libremente.
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