viernes, 10 de octubre de 2014

¿Qué mundo le dejaremos a nuestros hijos y qué hijos le dejaremos al mundo?

Os dejo el discurso que Philippe Meirieu pronunció el 21 de enero de 2010 en Ramonville, una comuna francesa al sur de Toulouse, en la campaña por las elecciones regionales de marzo de 2010. Meirieu fue la cabeza de la lista del Partido Europe Ecologie en la región Rhône Alpes y obtuvo en esta región el 18 % de los votos en la primera vuelta de estas elecciones regionales, siendo además el mejor resultado de ese partido en toda Francia.

El texto, parte de dos preguntas que están en el corazón de todo proyecto sociocultural para la escuela: 

¿qué mundo le dejaremos a nuestros hijos y qué hijos le dejaremos al mundo?



 “Me he preguntado, desde que empecé a trabajar, qué mundo le dejaremos a nuestros hijos y que hijos le dejaremos al mundo. Y esta doble pregunta fue el corazón de todos mis compromisos sucesivos: ¿qué mundo le dejaremos a nuestros hijos y qué hijos le dejaremos al mundo? Hoy más que nunca, creo que no hay educación sin ecología y que no hay verdadera ecología sin educación.

¿Por qué la educación? La educación porque no existe el ejemplo de un ser humano pequeño que se haya transformado en hombre sin la ayuda, sin el acompañamiento de adultos, de adultos con experiencia y que pudieran trasmitírsela para poder desarrollarse.

¿Por qué la educación? Porque el hombre es el único ser vivo que debe inventar su propio destino y estar asiginado a la libertad. Ustedes lo saben, porque son más o menos naturalistas, nunca han visto una abeja democrática. La abeja es genéticamente monárquica. Nace así y no cambia. Nuestros niños no nacen nada, ni democráticos ni monárquicos. Nacen dotados de un inmenso e infinito potencial. Nacen obligados, y de ahí la fuerza de la condición humana, a inventar su propio destino.

¿Por qué la educación? Porque hoy sabemos que el futuro no está escrito en ningún lado pero también que nuestro mundo está sobre un tren loco, sobre una vía que puede llevarlo a la catástrofe si no tomamos medidas y si no reflexionamos juntos sobre una manera de transformarlo.

¿Por qué la educación? Porque la ecología no puede contentarse de un mesianismo apocalíptico, porque no podemos refugiarnos en la desesperanza, aunque los medios quieran porque nos desesperamos, nos ponemos a llorar entre nosotros y luego nos cruzamos de brazos. Porque nos hace falta un rumbo juntos y una esperanza, una esperanza común. Tenemos esta responsabilidad frente al futuro que el filósofo Hans Jonas había marcado como el corazón de la condición humana en el siglo XX.

¿Por qué la educación? Porque hemos salido, y es una alegría, de grandes cuentos teocráticos que nos dictaban una verdad revelada a la que no teníamos otra opción que obedecer. Hemos salido, y es una alegría, de los mundos o de los individuos o de los grupos que nos dictaban lo que sería nuestro bien común: Tenemos una suerte extraordinaria, el cielo está vacío. No hay más dictadura del proletariado, no hay más historias bíblicas que dicten nuestro comportamiento colectivo. Cada uno de nosotros puede tener sus creencias, pero es una gran conquista de la democracia occidental: nuestras creencias personales religiosas no se imponen en nombre de una verdad incontestable. El lugar de poder, Dominique Lecourt lo explica bien, está hoy deliberadamente vacío. Vacío y abierto finalmente a la invención de la democracia. La modernidad inventó el individuo que elige su propio destino, sus creencias, que elige en la medida que pueda en qué va a transformarse en su vida. La característica de esta modernidad es, como dice Marcel Gauchet, que somos metafísicamente demócratas pero la característica de esta modernidad es también que hasta ahora no hemos sabido inventar instituciones verdaderamente democráticas. Y que si somos metafísicamente demócratas somos políticamente individualistas. Este individualismo es una conquista, podemos elegir finalmente. Pero esta conquista puede desembocar en una explosión absoluta de todos los vínculos sociales. Porque hay una multitud de fuerzas centrífugas que existen, porque el liberalismo que es dominante hoy en día exaspera el individualismo y nos empuja a realizar todas nuestras pulsiones (incluyendo las primarias) y porque el sobrecalentamiento mediático y publicitario lleva al triunfo del capricho globalizado.

Entonces, ¿por qué la educación? Para resistir a este reclutamiento de pulsiones primarias que hace que lo queramos todo y ahora, sin pensar en las consecuencias, sin levantar la mirada hacia el futuro y sin mirar el mundo que le dejaremos a nuestros hijos. ¿Por qué la educación? Para el mañana y para que el mañana no sea una simple yuxtaposición de individuos en la búsqueda de su interés personal, cada uno por su lado, sino para que sea una ocasión de construir juntos, de asociarse para deliberar sobre el bien común.

Permítanme una anécdota personal. Entre mis actividades, hay una con la cual tengo un vínculo muy fuerte. Soy Presidente de Honor de un Consejo Municipal de Niños en una ciudad de la aglomeración de Lyon, y hace algunos meses estaba presente en un debate particularmente espinoso: la cantina escolar. Imagínense el debate que se puede tener acerca de la cantina escolar. Se puede hablar de la alimentación, de circuito corto, de circuito largo, del estatus del personal (precario o no precario), de la forma de comer y del rol de la comida, de la posibilidad de compartir el trabajo (¿deben algunos ir a buscar la comida y luego compartirla con otros?), de la vida social, colectiva, de disciplina, de reglas, de una multiplicidad de cosas. Y cada chico que venía con el mandato de otros chicos tenía una idea precisa de lo que hacía falta para la cantina escolar. Evidentemente, la mayoría quería papas fritas todos los días. Otros explicaban que hacía falta menos camarones y más pomelos y otros decían lo contrario, etc. El debate se exacerbó y en un momento cada chico defendía su interés propio. Era porque estábamos debatiendo sobre la cantina que se me apareció una metáfora y les dije: “Ustedes me hacen pensar en esas personas que quieren tener un buen puré sin soltar cada uno su papa.” Todos quieren comer el mejor puré, pero al mismo tiempo quieren quedarse con su propia papa. Y si se hiciera un puré cada uno querría recuperar su papa en el puré. Hace falta un momento en el que uno acepte soltar su propia papa para hacer el puré. Hace falta un momento en el que cada uno suelte una parte de su interés individual, ya que existe todavía una institución que es la democracia, que va a fabricar, con todos esos intereses personales, el bien común. Hace falta soltar el interés personal en un momento porque sabemos que al fin de cuentas en el bien común uno podrá encontrarse y no uno solo sino con los otros. Y que es ese trabajo el trabajo constitutivo de lo que llamamos una democracia.

Creo que la educación prepara a los seres humanos a realizar este trabajo. Este trabajo de construcción del bien común. Y, lo primero, a preservar nuestro primer bien común que es, evidentemente, el planeta.”


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